Mantra LXII

Hay quienes ejecutan acrobáticas piruetas,
iridiscentes cuerpos en la inercia del vacío,
desde la terraza de un rascacielos corporativo,
estrellándose sordamente, acompañados por el estrépito de la multitud,
pero nadie se muere de amor.
Algunos ingieren elaborados cocteles,
diluyendo anfetaminas y sedantes en copas de vino o vodka,
adormilándose lentamente entre visiones pálidas
y un respirar calmo y aletargado que finalmente se apaga,
pero nadie se muere de amor.
A veces un fogonazo rompe la calma de la noche,
incendiando el corazón o el cerebro de un noctámbulo pensador,
taladrando el silencio con su rugido de pólvora y fuego,
silenciando los pesares y desecando los arroyos del llanto,
pero nadie se muere de amor.
Hay otros que optan por métodos más bucólicos
y se les puede ver desde la distancia, mecidos dulcemente,
como frutos maduros colgando de una soga
adornando el solitario árbol como una égloga a la pasión,
pero nadie se muere de amor.
Otros prefieren el gusto de un puñal
que rasguña el abdomen o las arterias,
y entre el aroma a hierro y un sabor a óxido
gemir ahogadamente en medio de una bañera o salón deshabitado,
pero nadie se muere de amor.
Barbitúricos disueltos en whiskey,
automóviles saturados con monóxido de carbono,
una soga amarrada a una gran piedra y un mar silencioso,
un sueño sobre las traviesas de la vía férrea,
sobredosis de sentimientos y una oda de opiáceos,
pero nadie se muere de amor.
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